Me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre.
Salmo 131:2
El Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.
Lamentaciones 3:31-33
Antiguamente las costumbres eran bastante radicales, y cuando una madre destetaba a su hijo era algo conmovedor. Por su bien dejaba de alimentarlo con leche materna y le daba un alimento más consistente y variado. Al principio el niño no comprendía por qué lo privaban de la leche materna, ese alimento por excelencia, por eso lloraba y gritaba… ¡La madre también sufría! Pero después, el niño recibe de su madre un alimento más apropiado para su edad.
Sucede lo mismo con el «destete espiritual». El Señor nos priva de lo acostumbrado a fin de darnos algo que esté mejor adaptado a nuestro crecimiento espiritual. Como el niño destetado, es probable que al principio no comprendamos, y que nos irritemos. Pero volvamos pronto al Señor, con el corazón contrito y lleno de confianza. Debemos aceptar el hecho de sentir la falta, el vacío de algo querido, depositando toda nuestra confianza en el Señor. Si él nos priva de algo, es para darnos algo mejor.
Esta actitud de sumisión a menudo está mezclada de tristeza, pero sabemos que pronto veremos el bien que el Señor tenía preparado para nosotros. Sin esperar más, podemos sentir el alivio de un niño destetado, en la presencia de nuestro Dios y Padre. Allí disfrutamos el reposo, la paz y el gozo, contentándonos con descansar en sus brazos. “En Dios solamente está acallada mi alma” (Salmo 62:1).
Levítico 24 – Efesios 3 – Salmo 71:1-6 – Proverbios 17:9-10
© Editorial La Buena Semilla