El amor de Dios no cambia con nuestras fallas,
no se agota con el tiempo, siempre está
dispuesto a abrazarnos, incluso cuando nos
alejamos. En cada amanecer, en cada
suspiro de esperanza, en cada acto
de bondad, su amor nos
recuerda que no estamos solos.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles, ni principados,
ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor
de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro.
Romanos 8:38-39
