Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
2 Corintios 4:6
Porque sol y escudo es el Señor Dios.
Porque sol y escudo es el Señor Dios.
Salmo 84:11
Un magnífico día de primavera me fui a casa de mi amigo Antonio. Caminé bajo el sol, aprovechando el bienestar que sus luminosos y calientes rayos producen. ¡Toda la naturaleza parecía regocijarse!
Llamé a la puerta de mi amigo y entré. Quedé estupefacto. La habitación estaba oscura, las ventanas y las persianas cerradas, hacía frío. Logré distinguir la silueta de Antonio acurrucado en un sofá, con los ojos cerrados. Era evidente que a mi amigo no le iba muy bien… Al oírme levantó la vista y me contó sus problemas. Concluyó con estas palabras: «¡Como ves, hoy me va mal y no puedo cambiar nada!». Entonces lo primero que le dije fue: «Antonio, ¿y si abriese usted las persianas?». Lo hizo, pero de mala gana. De repente la luz del sol penetró, iluminó y calentó la habitación. Ésta era exactamente la misma, pero los objetos recobraron su color y el aspecto que ofrecía era radicalmente diferente.
Amigos cristianos, a veces actuamos como Antonio, sin ni siquiera darnos cuenta. Les damos vueltas a pensamientos oscuros, vemos las cosas desde el lado negativo, pensamos que todo va mal y que no podemos hacer nada para cambiar la situación. En ese caso tenemos que «abrir urgentemente» la ventana y mirar al cielo, para así dejar penetrar el sol, yendo a Dios mediante la oración y la lectura de su Palabra. Las circunstancias no son diferentes, pero fortalecidos por la luz y el calor de nuestro Dios, las veremos de otra manera.

Por: La Buena Semilla.