Jeremías 2:28
Romanos 1:16
Hacia el final de su vida, en una visita hecha al Museo del Louvre, en París, el poeta alemán Heinrich Heine se sentó frente a la estatua de la Venus de Milo. Enfermo y profundamente deprimido, meditaba sobre su vida perdida y la muerte que le esperaba. Recordando esa experiencia escribió lo siguiente: «Allí estaba, abatido por los remordimientos y llorando tanto que incluso una piedra tendría compasión de mí. Pero frente a mí la diosa parecía considerarme y decirme: ¿No ves que no tengo brazos y que me es imposible ayudarte?».
¡Un ídolo sin brazos! Es bien el símbolo de un mundo incapaz de levantar y ayudar a aquellos cuyos cuerpos y almas arruinó.
El hombre necesita ser amado. ¿Dónde hallará una verdadera simpatía? En ninguna parte en un mundo egoísta donde cada uno persigue sus intereses personales, en ninguna parte, excepto en el corazón de Dios. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Dios nos ama, este es el primer mensaje del Evangelio.
Sin embargo, por grande que sea esta revelación, no nos basta. El hombre también necesita ayuda. Necesita un poder externo a él, capaz de sacarlo de su miserable condición moral, de las garras del pecado y del temor de la muerte. Y ese poder lo encuentra en el mismo Dios Salvador. Jesús todavía invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Josué 23 – Santiago 4 – Salmo 138:1-5 – Proverbios 29:7-8
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