La sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado.
1 Juan 1:7
Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes.
Apocalipsis 5:9-10
«Lo que no me gusta de su religión, decía alguien, es toda esa sangre derramada, esos sacrificios inmolados a Dios relatados en el Antiguo Testamento. Tendrían que insistir más bien en el amor al prójimo, en las hermosas virtudes del Evangelio».
En efecto, a menudo la Biblia habla de sacrificios y de sangre derramada. Todos los sacrificios del Antiguo Testamento anunciaban el inigualable sacrificio de Jesucristo.
¿Por qué era necesario que Jesús muriese y que su sangre fuese derramada? La ofensa hecha por el hombre a Dios debido a nuestros pecados es tan grande que ningún hombre podía borrarla, ni para sí mismo ni para otros.
Por ello Dios envió a su Hijo, quien se hizo hombre. Jesús murió en nuestro lugar para expiar nuestros pecados. Su sangre derramada en la cruz es la prueba de que realmente murió. En el tiempo del Antiguo Testamento Dios veía, por anticipado, el sacrificio de Cristo en la sangre de los animales que le eran sacrificados, y así podía perdonar a su pueblo. Hoy, la muerte de Cristo salva a los que creen. Por este medio Dios los perdona, purifica su conciencia y les da la seguridad para acercarse a él como a un Padre.
Entonces, cuando pasamos a ser sus hijos, el amor al prójimo y todas las hermosas virtudes morales enseñadas en la Biblia pueden ser practicadas de una manera que realmente le agrada. Antes esto era imposible, pues todas nuestras justicias eran “como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6).
Jeremías 9 – Lucas 15 – Salmo 90:13-17 – Proverbios 20:25-26
© Editorial La Buena Semilla