(Jesús les dijo:) Me seréis testigos en Jerusalén,
en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:8.
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras…
fue sepultado… resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras…
apareció a Cefas, y después a los doce.
1 Corintios 15:3-5.
Nacido en Belén de Judea, Jesús fue acostado en un pesebre. Desconocido y pobre, no figura entre la gente célebre de su época, aun cuando la ciudad de Jerusalén se turbó al enterarse del nacimiento de un rey (Mateo 2:3). Sin embargo, Dios se preocupó de que ese nacimiento no pasara desapercibido. Un ángel del Señor anunció el nacimiento a unos pastores que guardaban sus rebaños en las vigilias de la noche, diciéndoles: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11). Fueron los primeros testigos: “Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño” (Lucas 2:17).
Más tarde unos magos del Oriente llegaron a Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?…Venimos a adorarle” (Mateo 2:2). Le adoraron ofreciéndole “oro, incienso y mirra”.
En Jerusalén Simeón, “hombre justo y piadoso”, esperaba al Mesías. En el octavo día tomó en sus brazos al niño y bendijo a Dios, diciendo: “Han visto mis ojos tu salvación… Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel”. También Ana, una mujer de edad muy avanzada, pudo alabar a Dios porque había visto al Salvador (Lucas 2:30-32, 38).