Reflexiones – Un guardia muy turbado
A medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios;
y los presos los oían.
Hechos 16:25.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor,
ni de mí, preso suyo,
sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios.
2 Timoteo 1:8.
Ocurrió a principios del siglo pasado. Apenas hubo llegado al Nepal para anunciar el Evangelio, un fiel siervo de Dios fue detenido y echado en la prisión, con ladrones y asesinos. Encontró a estos hombres dispuestos a escuchar la Palabra de Dios, y varios de ellos aceptaron a Cristo como su Salvador. El guardia, muy enfadado, le ordenó que se callase: –No puedo, contestó él; debo obedecer a mi Maestro.
Entonces el oficial giró hacia los prisioneros y les prohibió escuchar al evangelista. «No es lógico, dijeron ellos. Nos han encarcelado para mejorarnos y cuando alguien nos impele a arrepentirnos, no quieren que lo escuchemos».
Muy turbado, el guardia habló a su jefe, quien le ordenó que transfiriese al prisionero a un antiguo establo sin luz. Allí fue desvestido, atado a un poste y cubierto con sanguijuelas esperando que se muriera. Pero, aun así torturado, él alababa a Dios y cantaba cánticos.
Cada vez más turbado, el guardia volvió a hablar al gobernador, diciendo: –¡Es increíble! Cuanto más se le hace sufrir, más feliz es. –Está loco, respondió el gobernador, déjelo ir.
Así fue liberado el prisionero, quien volvió a cumplir su servicio: proclamar a los hombres la salvación por medio de Jesucristo.