
Os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios.
Un soldado del ejército de Alejandro Magno era conocido por su falta de ánimo. La mayor parte del tiempo se le veía al final y no en primera línea. Esto llegó a oídos del emperador, quien lo llamó y le preguntó: –¿Cómo te llamas? –Alejandro, respondió el soldado. El general lo miró fijamente y le dijo: –Vete al ataque y lucha… ¡o cambia de nombre!
A los que hemos creído, Dios nos dio el derecho de ser sus hijos y tener un nuevo nombre: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales… son… de Dios” (Juan 1:12-13). “Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). En el mundo no hay nombre más glorioso que éste.
Entonces surge una pregunta: ¿Nuestra conducta corresponde bien al nombre que llevamos? ¿Hay una falta de fe en nuestro corazón, un descuido en nuestra conducta, una falta de amor hacia nuestros semejantes, una falta de interés en lo concerniente a Dios, o demasiado apego a nuestros asuntos materiales? Entonces, reflexionemos. “Si (somos) hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17). Nobleza obliga. Por haber creído en Jesús somos hijos de Dios y llevamos un nombre, el de cristianos, lo cual exige un comportamiento digno del Señor.
“Que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses 1:10).