Reflexiones – La hermosura
Señor nuestro… Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste, digo:
¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?
Salmo 8:1-4.
Una noche de verano estábamos en un camping, y mientras jugaba, de repente mi hijo de tres años se acostó boca arriba en la tierra. Entonces vio el cielo salpicado de estrellas. Se quedó tranquilo unos instantes y luego exclamó asombrado: –Oh, mamá, ¡mira!
Esta estupefacción de un pequeño me conmovió y me hizo reflexionar. La Biblia nos dice que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo” (Eclesiastés 3:11). La hermosura de la naturaleza es una majestuosa prueba de su existencia. La inmensidad de los cielos, la belleza de la más pequeña flor, todo muestra el poder de Dios y su inteligencia. Pero existe otra hermosura que vemos con nuestro corazón: la hermosura moral. Nos conmueven por ejemplo los actos de heroísmo o de bondad.
Sin embargo, a menudo nuestras vidas están marcadas por la mediocridad, o aun, me atrevería a decir, por la fealdad moral. ¡Cuántas mezquindades, mentiras y asperezas! ¿Cómo lograr salir de ellas? No podemos hacerlo por nosotros mismos, sino recibiendo al Señor Jesús. “¡Cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura!” (Zacarías 9:17).
Él, el Creador de toda hermosura, vino a este mundo como un hombre para traernos “la gracia y la verdad” (Juan 1:17). Él nos amó hasta morir en la cruz para ser el Salvador de vidas malgastadas. Con aquel que confía en él, establece una relación real y le hace descubrir una gloria mucho más grande, de la cual la hermosura de la naturaleza sólo es un pálido reflejo: el amor de Dios.