Reflexiones – Eclipses Temporales
Esa noche habría eclipse total de luna, un fenómeno celeste que se produce desde el tiempo de la creación. La mujer subió al bote, como lo había hecho muchas veces con su esposo, y comenzó a remar hacia el centro del lago. Eran las diez de la noche, y la luna llena brillaba en todo su esplendor.
Lamentablemente, el alma de la mujer estaba en un eclipse moral. Tres meses antes, su esposo Paul, de treinta y nueve años de edad, había muerto de cáncer. Desde entonces la pobre viuda vivía sumida en una profunda depresión.
A medianoche comenzó el eclipse. La luna llena perdió su resplandor y el alma de la mujer llegó a su máxima depresión. La oscuridad de la noche y la oscuridad de su alma hacían ese momento insoportable. Pero al rato un rayito de luz se dejó ver del otro lado de la luna. El eclipse quedaba atrás.
«Ahora sé para qué vine al centro del lago —dijo Edina Clark—: no para ver un eclipse, sino para ver la luz de mi esperanza brillar al fin.»
Cuando uno sufre una gran pérdida, es como entrar en un profundo eclipse. Toda alegría se apaga, toda fe desaparece, toda esperanza se esfuma, toda voluntad se muere. Estar deprimido es estar en un verdadero eclipse de todas las luces buenas de la vida. Es entonces cuando muere la voluntad, y se piensa en suicidio.
Sin embargo, ningún eclipse es permanente, ni los eclipses de los astros del cielo ni los del dolor del alma. Siempre hay una luz por delante esperando el momento de dar su brillo. Edina Clark recobró su fe cuando la luna oscura de esa noche recobró su brillantez.
En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). El que establece comunión con Dios y sigue fielmente a Cristo a través de todas las peripecias de la vida nunca andará en sombras permanentes. Nunca tendrá un eclipse sin esperanza. La verdadera vida cristiana es una vida de luz, de gozo, de paz y de esperanza.
«Despiértate, tú que duermes —grita el apóstol Pablo—, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). No hay por qué llorar en la noche cuando se sabe que siempre hay un amanecer. No perdamos la fe. Cristo, la luz del mundo, será para siempre nuestra luz si también es nuestro Señor.