
Dios creó el Universo con una sabiduría que la ciencia de los hombres no puede comprender totalmente. “Él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:9). Nosotros también debemos obedecerle.
En tiempos del rey Acab (unos 900 años antes de la venida de Cristo) hubo una terrible hambruna en el país. Elías, el profeta, tuvo que pasar por esa gran prueba. Pero el Señor le dijo: “Apártate de aquí… y escóndete en el arroyo de Querit… yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (1 Reyes 17:3-4). ¡Qué extraña promesa la de ser alimentado por pájaros voraces y hambrientos… El hombre de fe obedeció sin replicar. Mañana y noche los cuervos le trajeron alimentos.
Muchos años después, Jesús estaba con Simón Pedro al borde de un lago, y le dijo: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía… Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:4-6, 8).
Cuando Dios nos llame, o nos dé órdenes, sepamos reconocer su voz, creerla y obedecerla. No le digamos: “Apártate de mí”, sino: “Habla porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:9-10).