Abrazos Mortales
«¡Nadie jamás me la va a quitar!», exclamó María Salehi, de Nápoles, Italia. Se dirigía al aeropuerto para recibir a su hija Filipa, de ocho años de edad. «La voy a abrazar, ¡y nadie volverá a arrebatármela de los brazos!»
Filipa había estado viviendo con su padre, un iraní, en Teherán. Él se había divorciado de su madre hacía cuatro años. Cuando María recibió a su hijita en el aeropuerto, la abrazó. Pero el abrazo fue tan prolongado y tan fuerte que la niña murió en sus brazos. Una válvula débil de su corazón no resistió ni la emoción ni el abrazo.
Esa fue una terrible tragedia para María Salehi. Esperó cuatro años para poder reunirse con su hijita, víctima inocente de un divorcio. Cuando por fin la tuvo en sus brazos, después de muchas penas y dolores, le dio tal abrazo que el frágil corazón de la niña no resistió, y sucumbió. María, la madre, quedó devastada.
Sin mermarle seriedad a la tragedia de María Salehi, de Nápoles, Italia, y guardando con dignidad las distancias, puede decirse que hay muchos abrazos que matan. No son abrazos de amor, como el de aquella querida madre, sino abrazos que dan los enemigos eternos del hombre.
Uno de estos enemigos es la droga. Abraza lentamente. Lentamente va apretando sus anillos sobre el cerebro, como una boa, hasta que engaña, domina y, por fin, mata.
Otro enemigo del hombre que también sabe dar su abrazo mortal es el juego de azar. Comienza poco a poco, provocando la ansiedad de tener más. A pesar de que ese abrazo ha dejado a cientos de miles de personas en la miseria, sigue engañando, dominando y absorbiendo por completo la mente y la voluntad.
¿Y qué de la lujuria? Su abrazo, al principio afectuoso, deja al ser humano sin fuerzas y sin voluntad. Matrimonios y hogares con años de estabilidad y paz han sido destruidos por ese abrazo mortal.
Si Jesucristo no es nuestro Señor y Dios, seremos débiles víctimas de esos abrazos que al fin nos destruirán. En cambio, si es Cristo quien nos abraza, Él nunca nos engañará ni defraudará. Su amor es sincero y fiel. Podemos poner en Él toda nuestra confianza.