No estamos haciendo bien.
Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos.
2 Reyes 7:9.
Te encarezco… que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo…
exhorta con toda paciencia.
2 Timoteo 4:1-2.
Imaginemos un suceso: De un techo se escapa un pequeño humo que, cada minuto, se vuelve más espeso e inquietante. Los transeúntes se detienen, perplejos. De repente un hombre sale del grupo, se abalanza hacia la casa, abre la puerta de entrada y grita: «¿Hay alguien en la casa?» No hay respuesta. Sin embargo, él oye el sonido de la televisión. Entonces va de habitación en habitación. En el primer piso halla tres niños sentados ante la pantalla, apasionados por una película. Desconecta la tele, se lleva a los chicos afuera y da la voz de alerta.
Este relato plantea un problema: ¿Quién le da el derecho a ese hombre de entrar en una casa desconocida? El hecho de saber que dentro de algunos minutos todo podría ser reducido a cenizas y que vidas humanas están en peligro.
Creyentes, a menudo tenemos muchos escrúpulos para testificar de nuestra fe a los que nos rodean. Consideramos que se debe ser cortés, reservado, amable al punto de no decir nada. Olvidamos que a nuestro alrededor hay personas que están en peligro respecto a su porvenir eterno, y que el juicio de Dios va a caer sobre este mundo, el cual será destruido. Tenemos un mensaje muy importante y urgente que darles: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Esto nos da el derecho de hablar del Señor a las personas, aunque se molesten por ello.