Reflexion – Conocer a Cristo es conocer su gozo
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor…
Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea cumplido.
Juan 15:10-11.
Me acuerdo como si fuera ayer de la felicidad de mi hermana Helena cuando se convirtió. Esa noche, al volver a casa, la encontré limpiando la sala de estar. La alegría que iluminaba su rostro llamó mi atención. Cuando le pregunté qué le sucedía, sencillamente contestó: «Me convertí; Jesús es mi Salvador». Esto me dio envidia… y me hizo reflexionar.
Mucho tiempo después, yo también pude experimentar lo que dijo el apóstol: “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). A diferencia de mi hermana, mi gozo por creer fue progresivo, así como la claridad del día, que poco a poco se hizo en mi alma. Pero puedo dar testimonio de que esa apacible felicidad supera todos los demás gozos y persiste aun en los días difíciles.
El gozo caracterizaba a los primeros cristianos: lo experimentaron los pastores cuando un ángel les anunció el nacimiento del Salvador (Lucas 2:10), llenó el corazón de los discípulos el día de la resurrección, y luego el de la ascensión (Lucas 24:12, 51-52). Aunque estaba encarcelado, el apóstol Pablo escribió: “Regocijaos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4). Ese gozo, que sostenía a los apóstoles perseguidos (Hechos 5:41), también brota del corazón del creyente; se mantiene y se desarrolla si vivimos por la fe, cerca del Señor Jesús.
Hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente. Nacido de nuevo, él entra para siempre en el reino de Dios, que es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).