Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo. Sin embargo, tú eres santo, que habitas entre las alabanzas de Israel. Salmo 22:2-3
Reflexión
Este pasaje de la escritura refleja el sufrimiento humano de Jesucristo clavado en la cruz. El hijo de Dios que se despojó de toda su gloria y se hizo hombre semejante a uno de nosotros para revelarnos a Dios a través de su sacrificio, para redimirnos y reconciliarnos con El.
Jesús recibió el trato de un pecador y por un breve instante fué abandonado por el Padre. El llevó nuestro pecado sobre si mismo. Fué quebrantado y sufrió hasta un grado que tu y yo jamás lograremos comprender, por que Dios a nosotros nunca nos ha abandonado.
“¿Por qué me has abandonado?” no es una expresión impaciente y desesperada. Es el grito humano de un intenso sufrimiento, agravado por la angustia de Su vida inocente y santa. Aquel fue el grito tremendo y agonizante de la soledad de Su pasión. Él estaba solo. Estaba solo con los pecados del mundo sobre Él.
Lo más profundo de este misterio es que en el mismo instante es que Cristo fué “abandonado” Dios estaba en Cristo reconciliando a la humanidad con EL.
Oración
Señor mío y Dios mío, gracias por tu hijo Jesucristo, por medio del cual me redimiste. Amén