– “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”, respondió Caín con insolencia.
– “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4:9-10).
Es normal que Dios haga esta pregunta al hombre culpable, pero, ¿cómo puede un hombre hacer la misma pregunta a Dios? Sin embargo fue precisamente lo que Pilato hizo muchos siglos más tarde, cuando dijo a Jesús: “¿Qué has hecho?” (Juan 18:35). Jesús le hubiese podido responder: ¿No lo sabes? Todo el pueblo sabe lo que hice: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mateo 11:5).
Esta es todavía la misma pregunta ultrajante que los hombres de hoy hacen sobre Jesús. La Biblia responde que él hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
En una última ofensa, el soldado romano hizo salir sangre del costado de Jesús. Sólo esa sangre purifica de todo pecado al que cree. La sangre de Abel traía el juicio, pero la sangre de Jesús trae el perdón. A la maldad de los hombres responde el amor de Dios.
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5-6).