Nos gusta tener metas claras. Se nos aconseja tener metas precisas. Todo eso es bueno, pero los que hemos creído en Jesucristo dependemos de Dios. La intimidad con Dios nos permitirá descubrir a través del obrar del Espíritu Santo sus metas para nosotros. Hay que recordar que la mirada de los hombres no es siempre igual a la de Dios. Los hombres nos equivocamos; Dios nunca se equivoca.