No Dejar de Congregarnos
Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre.
Hebreos 10:24-25.
El Señor Jesús no nos salvó para que nos quedemos solitarios. Él fue a la cruz y murió en ella “para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:52). Por medio del Espíritu Santo todos los creyentes están estrechamente unidos. Pero esa unidad debería manifestarse. ¿En qué se ve? De los primeros cristianos sabemos que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). Hoy en día, ¿podemos congregarnos de esta manera? ¡Claro que sí!
¡Qué bendición cuando los creyentes, conducidos por el Espíritu Santo, se reúnen en presencia de su Dios y Padre bajo la plena autoridad del Señor! A ellos el Señor Jesús prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). ¿Quién puede faltar? ¿Quién quiere faltar a esas preciosas citas?
Justamente en nuestros días, cuando la decadencia del testimonio cristiano aumenta de manera alarmante, necesitamos edificación y aliento mediante la predicación de la Palabra de Dios, a fin de no desanimarnos, sino de mantenernos firmes como testigos del Señor Jesús. ¡Cuánta falta hace también la oración en común, el rogar y clamar a Dios! ¡Y cuán preciosa y bendita es ante todo la común adoración, cuando podemos dar gracias a Dios por su amor y por el más grande de todos los dones, ¡el Señor Jesús!