
Los milagros y la fe
Estando (Jesús) en Jerusalén… muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía.
Juan 2:23
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Romanos 10:17
Desde siempre los hombres han sido atraídos por las manifestaciones espectaculares. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, la gente vio muchos de sus milagros: la multiplicación de los panes, la curación de enfermos, la resurrección de los muertos… Pero la multitud le pedía más: “¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos?” (Juan 6:30). Todavía hoy Dios, que es un Dios compasivo y misericordioso, interviene cuando lo juzga oportuno, a veces milagrosamente, para sanar o para librar a alguien de una situación sin salida.
Pero ser testigo de un milagro no es fe. La fe que salva al pecador no es la admiración o el entusiasmo producido por una manifestación espectacular.
La fe que hace nacer en nosotros una nueva vida es primeramente el hecho de creer lo que Dios dice de nosotros; es aceptar sin restricción el testimonio que la Biblia rinde sobre nuestro estado de pecadores, y luego recibir personalmente a Jesucristo como Salvador y Señor. Es comprender que, mediante su obra en la cruz, pagó totalmente y para siempre la deuda de nuestras faltas ante Dios. En otras palabras, así es cómo uno es salvo (Hechos 16:31). El mayor milagro es que alguien pase de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, que se convierta en hijo de Dios (Juan 1:12).
Después del milagro de la conversión, Dios quiere y puede hacer muchos más milagros en nuestra vida. Confiemos en él y así estaremos maravillados de lo que Dios preparó para el que espera en él (Isaías 64:4).
Por: La Buena Semilla.