La excelencia de Jesucristo (2) – En el bautismo que tuvo lugar en el Jordán
Cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
Lucas 3:21-22
Muchas personas humildes y algunos jefes religiosos, que querían reconocer sus errores, habían ido a Juan el Bautista para ser bautizados. Cuando Juan el Bautista vio a Jesús unirse a esas personas y pedir ser bautizado, se sorprendió y dijo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:14-15).
¡Qué aliento para esas personas que iban a confesar sus pecados! La perfecta humildad de Jesucristo, quien no tenía pecado, brilló en esa ocasión, pero Dios el Padre intervino para declarar desde lo alto del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17), distinguiéndolo de forma absoluta de los demás hombres.
Jesús, hombre perfecto, no tenía necesidad de arrepentirse, pero había venido a vivir entre los hombres. Se identificaba con ellos en todo lo que no era contrario a la santidad de Dios, los animaba a ir por el buen camino. Su delicia era hacer siempre la voluntad de su Padre, por ello respondió a Juan el Bautista: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”.
Esta identificación con el hombre arrepentido era el preludio de una identificación aún más completa. En efecto, más tarde, aceptó ser hecho pecado por nosotros en la cruz, para sufrir nuestra propia condenación.

Imagen: versaday.com
Por: La Buena Semilla.
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Aquí puedes leer las demás partes:
La excelencia de Jesucristo (1ra Parte) – Desde su infancia
La excelencia de Jesucristo – 2da parte
La excelencia de Jesucristo (3ra Parte) – La tentación
La excelencia de Jesucristo (4ta Parte) – Ante la muerte
La excelencia de Jesucristo 5ta Parte – Su incomprensible humillación
La excelencia de Jesucristo – 6ta Parte – El verdadero médico