Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y… este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Hechos 10:38
Lucas 5:1-7
Era de mañana; después de una noche de trabajo infructuoso, los pescadores lavaban y recogían sus redes. Pero Jesús pidió a Pedro, uno de los pescadores, que volviese al mar y echase las redes una vez más. Pedro conocía bien su profesión, por eso se atrevió a decir a Jesús que si la noche no había sido favorable, el día lo sería aún menos. No había comprendido que Aquel con quien estaba hablando es el Creador, y que todas las cosas le sirven (Salmo 119:91). Sin embargo obedeció y el milagro se produjo: las redes se rompían debido al peso de los peces.
Jesús era el Mesías prometido, el Hijo de Dios que había venido a la tierra para ser el Salvador del mundo. Pero esta gran misión no le impidió responder a las necesidades más sencillas de aquellos a quienes encontraba en su camino. Sabía que estos hombres necesitaban alimento para ellos y sus familias, y puso sus recursos a su disposición.
Para él no hay detalle sin importancia; al contrario, cada detalle le da la oportunidad de mostrar su amor y su poder. Sanó a un leproso incurable (Mateo 8:1-4), hizo que un hombre paralítico desde hacía treinta y ocho años pudiese caminar (Juan 5:1-9). También sanó a una mujer que tenía fiebre (Mateo 8:14-15), resucitó al hijo único de una viuda (Lucas 7:12-16), e hizo muchos otros milagros.
¡En la vida de Jesús todo es perfecto! Esta perfección es un motivo de agradecimiento y adoración para cada cristiano, y una razón para que todos vayan a él.
Deuteronomio 22 – Juan 13:1-20 – Salmo 119:65-72 – Proverbios 26:11-12
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