¿Es el cuerpo un objeto? 2da Parte
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.
1 Corintios 6:19-20
La palabra «cuerpo» designa en general todo objeto perceptible mediante el tacto y la vista. Pero para el cuerpo humano esta definición es insuficiente, pues está vivo y participa en todas nuestras acciones y sentimientos. Vive la aventura de nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Mi historia, mis deseos, decepciones, victorias y heridas… ¡todo está inscrito en mi cuerpo! El cuerpo manifiesta mi estado profundo, es un medio de estar presente para los demás, de ser visto, oído y tocado. Dios sopló en él “aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7).
Reducir el cuerpo, el propio o el de los demás, a un objeto, acarrea numerosas codicias, e incluso produce comportamientos perversos: no respetamos el alma que está ligada al cuerpo, no respetamos la persona en su unicidad, su intimidad y su dimensión espiritual.
Al contrario, considerar el cuerpo como parte integrante de la persona es un llamado a vivir verdaderas relaciones en las cuales cada uno se vuelve hacia el otro como aquél a quien debe respeto. Esto es cierto en todas nuestras relaciones, con los niños, con las personas mayores, en las relaciones de amistad o en la relación conyugal.
El cuerpo del cristiano es templo del Espíritu de Dios. Eso le confiere un valor particular e incluso un destino en el momento de la resurrección (Romanos 8:11). Tomar conciencia de esto, mediante la fe, tiene un fuerte impacto en la vida, para ser liberado del mal y hacer el bien.
Reducir el cuerpo, el propio o el de los demás, a un objeto, acarrea numerosas codicias, e incluso produce comportamientos perversos: no respetamos el alma que está ligada al cuerpo, no respetamos la persona en su unicidad, su intimidad y su dimensión espiritual.
Al contrario, considerar el cuerpo como parte integrante de la persona es un llamado a vivir verdaderas relaciones en las cuales cada uno se vuelve hacia el otro como aquél a quien debe respeto. Esto es cierto en todas nuestras relaciones, con los niños, con las personas mayores, en las relaciones de amistad o en la relación conyugal.
El cuerpo del cristiano es templo del Espíritu de Dios. Eso le confiere un valor particular e incluso un destino en el momento de la resurrección (Romanos 8:11). Tomar conciencia de esto, mediante la fe, tiene un fuerte impacto en la vida, para ser liberado del mal y hacer el bien.

Por: La Buena Semilla.
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Aquí puedes leer las tres partes: