“Al levantar la vista y ver la mucha gente que le seguía, Jesús dijo a Felipe: –¿Dónde vamos a comprar comida para toda esta gente? Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer”… Entonces otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: –Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebadad y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente. Juan 6:5-9
Una tremenda multitud, unos cinco mil hombres con hambre. No había alimento para tantos, de hecho no había alimento ni siquiera para el grupo de los doce discípulos y su Maestro. Un niño tenía cinco panes y dos peces y estos fueron multiplicados hasta que todos comieron y se saciaron.
Jesús le hace una pregunta a Felipe, es la misma pregunta que nos hacemos nosotros en momentos críticos: -¿De dónde vamos a pagar la renta? ¿Con que vamos a pagar la escuela de los niños este mes? ¿De dónde vamos a sacar dinero para comprar los alimentos? Jesús ya sabía cuál era la solución para la situación; pero estaba probando a su discípulo.
Las enseñanzas de Jesús debían ser impresionantes, pues mantenía al público absorto sin siquiera desanimarse por el hambre que tenían. Al meditar sobre este milagro de los peces y los panes reflexiono sobre qué nos pasa por nuestros pensamientos cada vez que estamos en escasez. Casi nunca nos quedamos quietos escuchando el mensaje de Dios, como hizo esta multitud. Solemos alborotarnos, inquietarnos, de hecho solemos enfriarnos en nuestra vida como cristianos. Dejamos de asistir a la iglesia, merma nuestra vida de oración, y ni pensar en compartir lo poquito que nos queda, ¡Imagínese, entonces nos quedaríamos sin nada!
No es casualidad que quien tuviera el alimento fuera un niño, porque supongo yo, si hubiera sido un adulto le habría dicho a Jesús: -¿Y para qué sirven esos cinco panes y estos 3 pescados? ve detrás de aquel árbol y come tu que estas gastando energía hablando aquí. Pero era un niño, la hermosa inocencia, un corazón limpio, la pureza de dar sin importar si el mismo se quedaría sin comer.
El principio de recibir y de multiplicar lo poco que se tiene es dando. Primero debe dar sin esperar nada a cambio. Dando al que verdaderamente necesita y que no podrá devolverle el favor. Por irónico que parezca, si usted tiene poco y necesita más, entonces de eso poco ofrezca a otro que no tiene nada. Y este principio aplica para todo aquello que usted quiere tener. Si quiere recibir buenas atenciones, sea servicial con todos. Si quiere recibir abrazos, abrace. Si quiere ropa nueva, saque de la que tiene en su guardarropa y que ya no usa y regálela a alguien que le haga falta.
Dice el verso 12: “Cuando estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:–Recoged los trozos sobrantes, para que no se desperdicie nada”. Cuando usted reciba las abundancias no desperdicie. Dios es un Dios de orden. Si usted desperdicia las provisiones cuando llegan entonces volverá a pasar por tiempos de escases una y otra vez hasta que aprenda a ser un buen mayordomo.
Sea sabio, sea como un niño, ofrezca de lo que tiene para bendecir a otros y Dios abrirá las ventanas de los cielos para bendecirle a usted.
DECLARACION: DAR ES EL PRINCIPIO PARA RECIBIR
Oración: Señor, te pido perdón por todas las veces que he desperdiciado lo que Tú me das, no solo los alimentos, sino también los dones y talentos que no comparto con los demás. Enséñame a través de tu Espíritu Santo a tener el corazón como el de un niño para dar sin esperar nada a cambio, en el nombre de Jesús. Amén.