Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (v. 17).

Lectura: Juan 3:9-21
La biblia en un año: Juan 3:1-18

En mi trabajo como capellán, algunos me preguntan si estoy dispuesto a ayudarlos espiritualmente. Si bien me encanta dedicar tiempo a esto, con frecuencia, descubro que aprendo mucho más de lo que enseño. Esto fue particularmente cierto cuando un apesadumbrado y sincero creyente nuevo me dijo resignado: «No me parece buena idea leer la Biblia. Cuanto más leo lo que Dios espera de mí, más juzgo a los que no están haciendo lo que ella dice».

Cuando lo dijo, me di cuenta de que, en parte, yo era responsable de haberle inculcado ese espíritu crítico. En esa época, una de las primeras cosas que hacía con los cristianos nuevos era indicarles lo que debían dejar de hacer. En otras palabras, en lugar de mostrarles el amor de Dios y dejar que el Espíritu Santo los transformara, los instaba a «comportarse como un creyente».

Entonces, comprendí mejor Juan 3:16-17. A la invitación de Jesús de creer en Él, en el versículo 16, le siguen estas palabras: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él».

Jesús no vino a condenarnos. Por lo tanto, nosotros, en vez de ser agentes de condenación, debemos ser embajadores de la misericordia y el amor de Dios.

— Randy Kilgore

Padre, ayúdame a aprender a ser más como tú y a no juzgar a los demás.

Si Jesús no vino a condenar al mundo, ¡nosotros tampoco debemos hacerlo!