De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Marcos 7:21-22

Así dice el Señor… Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.
Isaías 43:16, 2

Muchas personas ignoran o quieren ignorar la palabra “pecado”. Otros piensan que los pecados son debilidades, errores que se explican por causas de las cuales no somos responsables. Según este razonamiento, si no somos culpables, tampoco necesitamos el perdón de Dios. Pero las opiniones de los hombres no cambian la naturaleza de Dios ni actualizan las verdades morales para ponerlas a la moda. Dios no cambia, es eterno; y sus pensamientos también lo son. ¿Qué dice él? “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente” (Jeremías 17:9-10).

“El pecado es infracción” (1 Juan 3:4). La infracción es el comportamiento que consiste en actuar como si no hubiese reglas de conducta; como si Dios no hubiese dado a conocer su voluntad. Y toda desobediencia a la voluntad de Dios es pecado.

La tendencia a desobedecer forma parte de nuestra naturaleza incurable; nacemos pecadores. Como un árbol produce frutos según su naturaleza, un pecador produce pecados.

De hecho, a Dios le horroriza el pecado. “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2). Pero Dios ama al pecador. Ofrece el perdón a todo el que, por medio de Jesucristo, va a él arrepentido.

Nehemías 8 – Juan 10 – Salmo 119:17-24 – Proverbios 25:27-28
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