(Jesús) debía ser en todo semejante a sus hermanos… Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Hebreos 2:17-18
El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Mateo 8:17
Si un amigo comparte conmigo su sufrimiento, intento comprenderlo. Pero, ¿cómo puedo ponerme en el lugar del que sufre? Si para mostrar que comprendo respondo precipitadamente: «¡Ah, sí, es como yo…!», y empiezo a hacer una descripción egoísta de mis propias tristezas, dejo a mi amigo frustrado porque no fui capaz de escucharlo hasta el final. Los que sufren se sienten solos, y su dolor se hace mayor cuando sienten que sus familiares y amigos no los entienden.
Pero, ¿qué sucede con Jesús, el Hijo de Dios? “Debía ser en todo semejante a sus hermanos…”, nos dice la Biblia. Como era Dios sabía todo, sin embargo tuvo que hacerse semejante a nosotros para mostrarnos que puede comprendernos y ayudarnos realmente. Tomó la condición humana, pero sin pecado.
Vivió en un cuerpo, y a través de él sintió el cansancio, el hambre, la sed, el sufrimiento. Sintió la soledad moral de aquel a quien los demás no entienden. Deseó la simpatía de sus amigos, pero no la tuvo. “Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé” (Salmo 69:20).
Se hizo hombre, se humilló; por lo tanto puede tener una verdadera simpatía, humana y divina a la vez, una simpatía y un amor ilimitados, sin rastro de egoísmo.
Podemos dirigirnos a él con toda confianza para ser escuchados, comprendidos y animados.
“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros… y se alegrará vuestro corazón” (Isaías 66:13-14).
Job 35-36 – Colosenses 2 – Salmo 135:8-14 – Proverbios 28:23-24
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