Juan 3:16
Todos los habitantes de un pequeño pueblo se habían reunido en torno a una tumba. Ese acontecimiento no tenía nada de particular, excepto que el difunto, un incrédulo, había expresado el deseo de que en su entierro no hubiese ninguna ceremonia religiosa. Cuando el féretro fue bajado a la fosa, hubo un gran silencio… ¿Abandonarían el cementerio sin una palabra de consuelo a los familiares, sin una oración a Dios? ¡Nunca se había visto algo semejante en el pueblo!
De repente, un amigo de la familia, cristiano, preguntó a la viuda si podía decir algo. Ella aceptó con gusto. Entonces leyó el versículo que aparece al principio de esta hoja, y recordó simplemente en qué consiste el amor de Dios, quien dio a su Hijo para la salvación de los hombres. Luego oró y encomendó la familia y toda la asistencia a la misericordia de Dios. Todos se sintieron aliviados y se fueron, después de haber escuchado estas palabras de ánimo.
El sepulturero se dirigió al cristiano que había hablado y le dijo:
–Señor, sin duda usted es cura o pastor.
–Ni uno ni otro.
–Entonces, ¿estudió Teología para poder predicar?
–No. Simplemente soy creyente y he aprendido a conocer la gracia de Dios y el don del Señor Jesucristo. El sepulturero estalló en lágrimas.
–No llore, Dios lo ama y quiere salvarlo.
–¡Ya lo hizo, señor, soy salvo desde esta tarde!
Deuteronomio 28:1-37 – Juan 18:1-18 – Salmo 119:113-120 – Proverbios 26:23-24
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